Juan Carlos Escudier
Como se presumía, el caso del secuestro judicial de El Jueves a cuenta de una viñeta de los Príncipes en pleno y corporal ayuntamiento sigue coleando, dicho sea con el debido respeto. El escándalo se ha reavivado por los comentarios del senador del PNV Iñaki Anasagasti, que ha escrito en su blog de Internet que los miembros de la Familia Real son impresentables, intocables y curran menos que el ángel de la guarda, ese ser alado que nunca está cuando se le necesita.
Conjurados en darle la razón en lo segundo, varios dirigentes del PSOE y del PP han salido en tromba en defensa del monarca, al que toda la polémica le ha pillado casualmente de vacaciones en Mallorca. El comentario más jugoso ha sido el de Ángel Acebes –si este hombre no existiera habría que inventarle-, para quien la zafiedad de la viñeta no justificaba el “error” de secuestrar la revista porque “perjudica la libertad de expresión”; pero, en cambio, lo de Anasagasti le ha parecido intolerable, y le exige que pida perdón y rectifique, o que le obligue a ello su partido. En definitiva, que puestos a elegir, siempre será mejor dibujar una coyunda regia que llamar pandilla de vagos a nuestros borbones.
Intocable o no, lo cierto es que la figura del monarca se ha abrillantado tanto con sidol que refulge y que, además de estar constitucionalmente por encima del bien y, dada su inviolabilidad, sobre todo del mal, lleva asociada una utilísima cortinilla, de manera que para lo inconveniente siempre se ha podido correr un tupido velo. Con la moneda al viento, siempre le sale cara: el Rey no fue impuesto por el dictador, sino que trajo la democracia; el Rey no se aseguró de que el golpe de Tejero fracasaba antes de lanzar su mensaje a las cinco de la madrugada, sino que lo abortó con mano de hierro; el Rey no se pasa más de dos meses al año de vacaciones públicas entre Mallorca y Baqueira sino que es un deportista; el Rey no dice cosas inadecuadas sino que se salta el protocolo por campechano y buena gente. Y así.
Salvo contadas excepciones, la Prensa jamás se ha cuestionado el papel del monarca porque a la Casa Real no le gustan las bromas, como bien saben los departamentos de publicidad de los medios. Hemos construido un mito en blanco y negro y con voz en off de Victoria Prego. Por cierto, ¿podría explicar alguien qué otro camino que no fuera la democracia plena tenía este país en 1975? ¿Acaso, entre la democracia y la monarquía feudal al estilo afgano, el Rey optó por la primera dada su pasión por la soberanía popular?
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