Abr 28 2008
La realidad según Canal 9
Durante una semana un periodista de Público ha hecho seguimiento de los informativos de Canal 9; aquí las observaciones sobre Telecamps.
y aquí una simpática, aunque no reciente (si actual), parodia:
Abr 28 2008
Durante una semana un periodista de Público ha hecho seguimiento de los informativos de Canal 9; aquí las observaciones sobre Telecamps.
y aquí una simpática, aunque no reciente (si actual), parodia:
Abr 24 2008
Santiago Alba Rico - Manifiesto por la lectura. (II Jornada de reflexión sobre la lectura. Cuenca 22 abril 2008.)
La necesidad de renovar una y otra vez los llamados a la lectura -de promover, estimular y colorear las letras- revela una doble angustia. Los lectores -primera- sentimos los libros amenazados. Los lectores -segunda- nunca encontramos argumentos convincentes a favor de nuestro vicio.
Es verdad que los hombres se han quejado siempre de las inclemencias del tiempo, pero sólo hoy podemos hablar de cambio climático. Es verdad que ya Cicerón se lamentaba de la escasa pasión por la lectura de los jóvenes romanos, pero sólo hoy podemos hablar de un cambio de paradigma. Instrumento de dominio y de liberación, la escritura está en peligro como lugar de construcción y decisión de los destinos humanos. Algunos datos sumarios así lo expresan. Mientras aumenta el número de títulos y las cifras de ventas, disminuye el de lectores efectivos. Mientras se mantiene el analfabetismo real en los países pobres, aumenta el analfabetismo funcional en los países ricos. Mientras se multiplican los medios tecnológicos de registro y archivo de la humanidad, flaquea y agoniza la memoria individual de los humanos. Pocos somos capaces ya de recordar un poema, una canción, una cita de memoria; pocos somos capaces de recordar -como un fuego vivo bajo nuestros pies- los acontecimientos más recientes: la caída del muro de Berlín es para las nuevas generaciones tan antigua, tan inexpresiva, tan irrelevante, como la caída de Roma; incluso la invasión de Iraq es tan remota y está tan desprovista de sentido como la conquista de Granada o las Cruzadas. La Historia ha desaparecido en el instantáneo y sucesivo consumo de imágenes muy intensas, muy solubles, que no dejan más rastro que el apetito de una imagen nueva, de una visualidad ininterrumpida: la mirada se ha convertido en una extensión del sistema digestivo.
En estas condiciones, los libros no hace falta ni quemarlos: se descatalogan solos a medida que salen de la imprenta. En estas condiciones, los libros -pobrecitos- no pueden denfenderse a sí mismos. En la mitad pobre del mundo son inalcanzables; en la mitad rica se distinguen ya mal de una chocolatina o de un electrodoméstico. Si queremos salvarlos -junto a los elefantes, los glaciares y los niños- habrá, por tanto, que cuestionarse el modelo en su conjunto. Si queremos salvar a Joyce y a García Lorca -aunque sólo queramos salvar a Joyce y a García Lorca- tendremos que salvar los elefantes; si queremos salvar La Iliada y el Quijote -aunque sólo queramos salvar la Ilíada y el Quijote- tendremos que salvar también los glaciares y los niños.
Pero, ¿por qué salvar los libros? ¿Para qué leer? Es verdad que la lectura enseña, pero también enseña cosas erradas o perjudiciales. La lectura libera, pero también ata a prejuicios y sinsentidos. La lectura entretiene, pero es más entretenido el sexo, la montaña rusa o la televisión. La lectura informa, pero también manipula. La lectura hace pensar, pero, ¿quién quiere pensar? La lectura puede cambiar el mundo, pero hoy casi nos conformaríamos con conservarlo. La lectura ayuda a conservar el mundo, pero mucho me temo que no podremos conservarlo sino con las manos y todos juntos. Entonces, ¿para qué leer?
El crítico y escritor George Steiner sostiene que precisamente en esta indeterminación -anfibia entre el bien y el mal- radica la fuerza de la literatura. Yo diría que radica más bien en el hecho de que esta indeterminación es absolutamente determinada. Es decir, en que esta indeterminación luce una caperuza roja o una barba azul; o se nos presenta “pequeña, peluda, suave, tan blanda por fuera que se diría toda de algodón”; o parece “verde que te quiero verde”; o tiene cincuenta años y es “de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador y amigo de la caza”; o ha nacido en un lugar concreto llamado Macondo.
La vida, decía Kafka, es un enigma del que hemos olvidado la clave. Los libros, al contrario, son claves -llaves- cuyo enigma no hemos localizado todavía. Las grandes novelas, los grandes relatos, los buenos poemas, dan respuesta a preguntas que aún no no nos hemos hecho, que todavía no hemos encontrado. La vida es un cuaderno de ejercicios; los vamos haciendo sin saber jamás si hemos dado o no con la solución justa. Frente a ella, los buenos libros proporcionan siempre soluciones justas -precisísimas- a problemas que luego hay que reconocer y plantear. Sabemos que está ahí la solución, pero no sabemos cuál es ni a qué dilema responde. Sabemos, en todo caso, que se trata de problemas radicales y generales cuya solución es una flor concreta de retama agarrada a la falda del Etna, una niña concreta que quiere tocar el violín y acaba trabajando de cajera en unos almacenes, un pirata concreto con una pata de palo concreta y un loro concreto posado en el hombro; o una concreta mañana de mayo en que un viejo lama concreto llega a la concreta ciudad de Lahore. Cada vez que leemos a Leopardi o a Carson McCullers o a Stevenson o a Kipling nos embarga la certidumbre maravillosa de haber llegado a alguna parte, aunque no sepamos a dónde, y de haber resuelto alguna adivinanza, aunque no sepamos cuál.
El enigma de una solución concreta -una flor concreta, una niña concreta, un pirata concreto, un lama concreto- es que no sabemos a qué enigma responde. Por eso, la maravillosa satisfacción, la apaciguadora certidumbre de los buenos libros va acompañada enseguida de una insatisfacción no menos intensa: porque una clave sin enigma es un nuevo enigma cuya solución habrá que buscar en un nuevo libro. De ahí que leer sea tan peligroso; empezar es azaroso, imprevisible, incoercible; terminar es imposible. Hay un cuentecito en el que un sabio oriental trata de concentrar toda la sabiduría humana en una página, luego en una frase, por fin en una palabra; y acaba por sumirse en el silencio e imponer silencio a todo el mundo. Hay escritores que sueñan con escribir el último libro, el libro definitivo, el libro después del cual ya no habrá que leer más libros. Y están las religiones llamadas del Libro, que consideran que la Biblia o el Corán vuelven ociosos o redundantes todos los libros y que, a fuerza de imponer la lectura de un solo libro, acaban por impedir precisamente la lectura. El monoteismo, el monobiblismo, es el silencio del mundo antes del big-bang de la creación.
La lectura no tiene fin porque se compone de muchos comienzos y sólo podemos comenzar algunos de ellos antes de que nuestra vida termine. No es un proceso, como la reproducción de la vida o la acumulación de riqueza, sino una sucesión, sí, de paradas y comienzos (como el recorrido de un tren o la línea de un autobús). Sólo los niños muy pequeños, los militares y los capitalistas cuentan los números. Las cosas finitas, los hombres concretos, son incontables. Por eso no los contamos sino que los contamos. No hacemos cuentas con ellos sino cuentos. Por eso, al mismo tiempo, la literatura es lo contrario de la tecnología: podemos decir que el ordenador ha suprimido la máquina de escribir, pero no que Coetzee ha suprimido a Balzac o Roberto Bolaño a Dickens. En todos ellos encontramos por igual la emoción alboral de ese nuevo comienzo contenido en el había una vez de los relatos: el placer cardinal, el suspense local -localizador- de que haya algo en lugar de nada (o de yo mismo); la excitación subracional de que ocurran cosas que no hemos decidido nosotros y que pueden cambiar una vida concreta en un espacio concreto -quizás también nuestra vida y nuestro espacio.
Pero, ¿quién puede querer dedicar su vida -un solo minuto de su vida- a acumular soluciones para las que hay que buscar luego un enigma? ¿A encadenar respuestas a las que aún les falta la pregunta? Cualquier ser humano que tenga problemas; es decir, cualquier ser humano digno de ese nombre.
¿Y quién puede querer concentrar su atención -un solo minuto de atención- en un terreno en el que hay innovaciones y descubrimientos pero no progreso? Cualquier ser humano que tenga antepasados; es decir, cualquier ser humano digno de ese nombre.
Entonces, ¿para qué leer? Marcel Proust escribía que, de la misma forma que no percibimos la rotación de la tierra, tampoco percibimos el paso del tiempo y que las novelas son por eso -y la suya más que ninguna otra- relojes paradójicos que, al acelerar el tiempo, lo introducen allí donde habitualmente no sentimos su movimiento. Se dirá que no tenemos tiempo para la lectura. Pero esto es como decir que no tenemos tiempo para el tiempo; que no tenemos tiempo para la duración. Tenemos tiempo, en cambio, para ignorarlo durante horas, para abolirlo ilusoriamente durante días; para despreciarlo durante toda una vida. Tenemos tiempo para ir a Australia, pero no para llegar hasta la cocina o hasta la casa de enfrente; tenemos tiempo para fotografiar un millón de veces las Pirámides, pero no para levantar en la playa un castillo de arena; tenemos tiempo para dar la vuelta al mundo en una pantalla, pero no para pelar una patata. Tenemos, claro, ese minuto que basta para la destrucción de un mundo, pero ya no los siete días que hacen falta para crear uno. Tenemos tiempo, en fin, para la digestión y para la televisión, pero no para la duración.
Los libros no quitan sino que dan tiempo, nos devuelven el tiempo; nos devuelven precisamente el tiempo geológico que necesitan las montañas para formarse, los niños para crecer, la atención para fijar la mirada, las manos para prestar cuidados, la lengua para conservar su riqueza, los cuerpos para conocerse, la inteligencia y la imaginación para interesarse por un objeto o un ser humano concretos. En ese tiempo -que el reloj del relato nos restituye y que es el tiempo propiamente humano- pueden ocurrir cosas terribles. Pero sin ese tiempo, las buenas, las mejores, aquellas de las que dependen la salvación de los elefantes, los niños y los glaciares, son imposibles. El problema hoy no es el desprecio por la realidad sino el desprecio por el relato, la degradación de esa trabajada ficción -aprendizaje del tiempo- desde la que hemos venido juzgando durante los últimos siglos la consistencia real del mundo exterior. Se puede leer y abandonar a los propios hijos; se puede leer y conquistar a sangre y fuego otro país; se puede leer y colaborar en un genocidio. Pero, ¿cómo va a impresionarnos la muerte de Aischa y Omar en Bagdad si no nos impresiona la muerte de Jo en Casa Desolada? ¿Cómo va a afectarnos el dolor de los palestinos si no nos afecta el de los liliputienses? ¿Cómo vamos a interesarnos por el destino de la humanidad si no nos interesamos por el de los unicornios o el de los mulefas?
De la misma manera que ningún argumento de un ateo sensato podrá jamás persuadir a un fanático religioso para que use la razón, tampoco ningún argumento a favor de la lectura podrá jamás persuadir a un fanático fugitivo del tiempo, disuelto en sus imágenes intensas, para que lea a Stendhal, a Jack London o a Proust. Creo que en un mundo menos injusto habría más gente razonable; y creo que en un mundo más lento la lectura tendría aún una oportunidad. La justicia y la lentitud habrá que defenderlas a la intemperie. Entre tanto, por misteriosas razones que tienen que ver con el fracaso parcial de la lógica en los cuerpos concretos, siguen siendo posibles, como en los cuentos, las conversiones: bajo el contacto de un beso inesperado -un aburrimiento desarmado, un maestro heroico, un revés movilizador- algunas ranas se convierten todavía a la conciencia y a la literatura. Por eso, aunque sea en las catacumbas, tenemos que seguir pronunciando en voz alta el nombre de la justicia y la libertad: por eso, aunque sea en las catacumbas, tenemos que seguir pronunciando en voz alta los títulos de nuestras obras preferidas. Para salvar los elefantes, los glaciares y los niños -si conseguimos salvar los elefantes, los glaciares y los niños- estas palabras y estos libros nos serán indispensables.
Abr 22 2008
Eduardo Galeano
El mundo pinta naturalezas muertas, sucumben los bosques naturales, se derriten los polos, el aire se hace irrespirable y el agua intomable, se plastifican las flores y la comida, y el cielo y la tierra se vuelven locos de remate.
Y mientras todo esto ocurre, un país latinoamericano, Ecuador, está discutiendo una nueva Constitución. Y en esa Constitución se abre la posibilidad de reconocer, por primera vez en la historia universal, los derechos de la naturaleza.
La naturaleza tiene mucho que decir, y ya va siendo hora de que nosotros, sus hijos, no sigamos haciéndonos los sordos. Y quizás hasta Dios escuche la llamada que suena desde este país andino, y agregue el undécimo mandamiento que se le había olvidado en las instrucciones que nos dio desde el monte Sinaí: “Amarás a la naturaleza, de la que formas parte”.
Un objeto que quiere ser sujeto
Durante miles de años, casi toda la gente tuvo el derecho de no tener derechos.
En los hechos, no son pocos los que siguen sin derechos, pero al menos se reconoce, ahora, el derecho de tenerlos; y eso es bastante más que un gesto de caridad de los amos del mundo para consuelo de sus siervos.
¿Y la naturaleza? En cierto modo, se podría decir, los derechos humanos abarcan a la naturaleza, porque ella no es una tarjeta postal para ser mirada desde afuera; pero bien sabe la naturaleza que hasta las mejores leyes humanas la tratan como objeto de propiedad, y nunca como sujeto de derecho.
Reducida a mera fuente de recursos naturales y buenos negocios, ella puede ser legalmente malherida, y hasta exterminada, sin que se escuchen sus quejas y sin que las normas jurídicas impidan la impunidad de sus criminales. A lo sumo, en el mejor de los casos, son las víctimas humanas quienes pueden exigir una indemnización más o menos simbólica, y eso siempre después de que el daño se ha hecho, pero las leyes no evitan ni detienen los atentados contra la tierra, el agua o el aire.
Suena raro, ¿no? Esto de que la naturaleza tenga derechos… Una locura. ¡Como si la naturaleza fuera persona! En cambio, suena de lo más normal que las grandes empresas de Estados Unidos disfruten de derechos humanos. En 1886, la Suprema Corte de Estados Unidos, modelo de la justicia universal, extendió los derechos humanos a las corporaciones privadas. La ley les reconoció los mismos derechos que a las personas, derecho a la vida, a la libre expresión, a la privacidad y a todo lo demás, como si las empresas respiraran. Más de 120 años han pasado y así sigue siendo. A nadie le llama la atención.
Gritos y susurros
Nada tiene de raro, ni de anormal, el proyecto que quiere incorporar los derechos de la naturaleza a la nueva Constitución de Ecuador.
Este país ha sufrido numerosas devastaciones a lo largo de su historia. Por citar un solo ejemplo, durante más de un cuarto de siglo, hasta 1992, la empresa petrolera Texaco vomitó impunemente 18 mil millones de galones de veneno sobre tierras, ríos y gentes. Una vez cumplida esta obra de beneficencia en la Amazonia ecuatoriana, la empresa nacida en Texas celebró matrimonio con la Standard Oil. Para entonces, la Standard Oil de Rockefeller había pasado a llamarse Chevron y estaba dirigida por Condoleezza Rice. Después un oleoducto trasladó a Condoleezza hasta la Casa Blanca, mientras la familia Chevron-Texaco continuaba contaminando el mundo.
Pero las heridas abiertas en el cuerpo de Ecuador por la Texaco y otras empresas no son la única fuente de inspiración de esta gran novedad jurídica que se intenta llevar adelante. Además, y no es lo de menos, la reivindicación de la naturaleza forma parte de un proceso de recuperación de las más antiguas tradiciones de Ecuador y de América toda. Se propone que el Estado reconozca y garantice el derecho a mantener y regenerar los ciclos vitales naturales, y no es por casualidad que la Asamblea Constituyente ha empezado por identificar sus objetivos de renacimiento nacional con el ideal de vida del sumak kausai. Eso significa, en lengua quichua, vida armoniosa: armonía entre nosotros y armonía con la naturaleza, que nos engendra, nos alimenta y nos abriga y que tiene vida propia, y valores propios, más allá de nosotros.
Esas tradiciones siguen milagrosamente vivas, a pesar de la pesada herencia del racismo que en Ecuador, como en toda América, continúa mutilando la realidad y la memoria. Y no son sólo el patrimonio de su numerosa población indígena, que supo perpetuarlas a lo largo de cinco siglos de prohibición y desprecio. Pertenecen a todo el país, y al mundo entero, estas voces del pasado que ayudan a adivinar otro futuro aposible.
Desde que la espada y la cruz desembarcaron en tierras americanas, la conquista europea castigó la adoración de la naturaleza, que era pecado de idolatría, con penas de azote, horca o fuego. La comunión entre la naturaleza y la gente, costumbre pagana, fue abolida en nombre de Dios y después en nombre de la civilización. En toda América, y en el mundo, seguimos pagando las consecuencias de ese divorcio obligatorio.
Abr 17 2008
El Consell no preveu entre en funcionament l’EDAR fins finals de 2010, 9 anys després del que obligava la Unió Europea.
La Conselleria de Medi Ambient ha respost a les preguntes formulades per la Diputada de Compromís i membre d’Iniciativa, Mireia Mollà, sobre la inexistent depuradora d’Alcossebre.
Segons preguntava Mollà, La Fiscalia Provincial de Castelló anunciava el Febrer passat, obrir diligències d’investigació penal per la inexistència de cap depuradora d’aigües residuals que done servei a Alcossebre, a l’entendre que es podia estar, segons fiscalia, davant una presumpta comissió d’un delicte contra el medi ambient”.
Iniciativa venia denunciant igualment que la Unió Europea va obrir un expedient sancionador contra l’Estat Espanyol per l’incompliment de la directiva europea d’aigües residuals 91/271/CE que estableix que des de l’1 de gener del 2001, les ciutats amb més de 15.000 habitants-equivalents han de tindre una estació Depuradora d’aigües Residuals (E.D.A.R.) en funcionament, i en aquest cas es trobaven municipis com Alcossebre, Vinaròs, Benicarló… entre altres.
Mollà, va preguntar quin era el pressupost té la Conselleria per a la construcció d’aquesta EDAR, si s’havien solucionat tots els conflictes respecte a l’ubicació d’aquesta depuradora , quan es preveu comencen les obres, o quina valoració donava la Conselleria respecte a l’obertura de diligències d’investigació penal per part de la Fiscalia de Castelló. La resposta de Conselleia, diu que en març de 2007 es va apublicar en el BOE i DOCV la licitació de les obres de constricció de la nova EDAR d’Alcalà i la impulsió des de la xarxa de col·lectors d’Alcossebre fins la nova EDAR D’Alcalà, amb un pressupost base de licitació de 17 milions d’euros.
Pel que fa a la ubicació d’aquesta, segons Conselleria, l’ajuntament d’Alcalà ha elaborat un Pla de reserva de sòl dotacional i ordenació d’usos, que disposa de la corresponent DIA. I en l’actualitat es redacta el projecte constructiu de l’EDAR, les obres es preveuen iniciar-se a finals d’any, reveien que estiguen acabades en 2010, sense voler fer declaracions la Conselleria sobre les investigacions del Fiscal. Segons els ecosocialistes “ el Consell és el principal responsable de l’endarreriment a l’hora de posar en funcionament les depuradores obligatòries en els pobles costaners, que en el cas del Baix Maestrat, continuen tots tirant les aigües fecals al mar. La solució d’Alcossebre, si es compleixen tots els terminis previstos, aplega tard i malament, i no pels problemes de la ubicació que va tindre l’ajuntament, sinó perquè el Consell continua sense invertir en depuradores al Baix Maestrat”.
Abr 10 2008
Javier Ortiz
Público
La conclusión a la que llegué ayer tras oír el discurso en el que Rodríguez Zapatero expuso sus propósitos presidenciales es que él tiene la certeza de que su gobierno va a conducir a España por la senda de la perfección pero que, por las razones que sea, o no puede o no quiere revelarnos cómo lo va a hacer. Ni con qué programa, ni con qué aliados, ni haciendo qué, cuándo y cómo.
Examinada en su literalidad, la exhibición de intenciones que hizo ante el Congreso de los Diputados no puede ser tildada de nada: ni de derechas ni de izquierdas, ni de frente ni de revés. ¿Cómo puede nadie negarse a que lo conviertan en próspero, en solidario, en sano, en educado, en informatizado, en europeo, en ecológico, en respetuoso de todo lo respetable, en no víctima de accidente, en igualitarista, en perfeccionador de la Justicia, en superpotencia mundial? Sólo un tonto del bote podría rechazar esa perspectiva.
Mi problema es que no me lo creo. Porque la vida es como la ruleta: no pueden salir a la vez el rojo y el negro.
No es posible defender la educación igualitaria y respetar sin rechistar los privilegios de la Iglesia Católica.
No cabe ayudar a que se impongan implacables los intereses de la Banca y pretender que se respalda a quienes soportan hipotecas cuyo principal no empiezan a amortizar hasta el décimo año de sangría, y eso con suerte.
Es una burla pensar que cabe ayudar a los miserables del Tercer Mundo cuando uno respalda las opciones del FMI y, ya de paso, a los gobiernos corruptos del Tercer Mundo.
Es de coña decir que se defiende la ecología y andar comprando derechos de contaminación a los estados deficitarios.
Es infame pretenderse adalid de la paz universal y ser uno de los principales vendedores de armas en el mercado mundial de armas, negro o blanco.
Los socialistas de viejo cuño (si Zapatero conoce a alguno puede preguntárselo y le confirmará que no miento) solían hablar de una cosa a la que llamaban “lucha de clases”. Su lógica era la lógica: los explotados contra los explotadores; la gente oprimida contra la gente opresora.
Quienes fingen que defienden a todos, sin distinción, defienden a los que ya están instalados.
Abr 08 2008
Todos los analistas políticos coinciden en apreciar que el éxito de los nuevos movimientos sociales y de las ONG’s se está basando en el rechazo de la mayoría de los jóvenes a la militancia política tradicional. Y en su desconfianza hacia el supuesto papel transformador de los partidos de izquierdas; a los que ven como organizaciones cuasi-conspirativas, válidas para trepar y medrar, pero no para cambiar la sociedad.
La fuerza de las ONG’s actuales, herederas de la tradición caritativa cristiana y de la filantropía liberal, se debe por tanto a la incapacidad de la izquierda para mostrar el camino de lo político como algo factible y eficaz.
¿Qué es lo que ofrece la izquierda al movimiento social? Hasta ahora sólo palabras como controlar, dirigir, descabezar… forman parte del lenguaje de los partidos cuando se refieren a las organizaciones más o menos volátiles, pero siempre pegadas a la base, de estudiantes, mujeres, consumidores, vecinos, padres y madres de alumnos, ciudadanos descontentos, etcétera. Y cuando se ha intentado algo, siempre ha ido dirigido a instaurar clones estériles de los partidos; que tenían un inmediato eco mediático e institucional descalificador, por su falta de autonomía. Los militantes de izquierda que sinceramente hemos participado en los movimientos sociales, hemos notado suspicacias posiblemente legítimas a la vista de esta situación.
¿Quién ha provocado el divorcio, el movimiento social o una izquierda enferma y debilitada? La respuesta, como en todos los divorcios, es compleja. Internamente, la izquierda está viviendo un periodo de vaciamiento de ideas y propuestas. Una auténtica esterilización ideológica que ha arrastrado a su vida orgánica, derivándose de esto (en el caso del partido mayoritario, el socialista) que sus agrupaciones, sus casas del pueblo, no sean ya centros de debates y de discusiones, sino casi exclusivamente lugares de enfrentamiento entre “familias”, “clanes” y “sensibilidades”, cuyos ejes de confrontación más que en lo ideológico están en las cuotas de poder a alcanzar. ¿Cómo lo político no va a oponerse a lo social, desde esta realidad?
Lógicamente, los movimientos sociales se han convertido en la vanguardia ciudadana que no encuentra cauce en los partidos. En los que sólo ven estructuras rígidas y caducas, sin capacidad para dar respuesta a sus aspiraciones cotidianas. Los movimientos buscan objetivos de cambios progresistas sin necesidad de revestirlos ideológicamente.
Si hay un discurso común en los Movimientos Sociales, éste es el rechazo del individualismo como filosofía de vida; y el sublevarse contra la pérdida de los referentes, principios y valores. Y si rechazan el individualismo es precisamente porque la teoría del “sálvese quien pueda” existe, y la pasividad actual es una fuerza poderosa de disgregación social.
El mensaje de fondo de los Movimientos Sociales es profundamente político, y opuesto de raíz a las políticas neoliberales que nos llevan a una sociedad escindida. Envían en la práctica el mensaje que la izquierda quiere dar, pero que no sabe transmitir a los ciudadanos. Con un lenguaje nuevo que hasta ahora la izquierda no ha sabido escuchar. Y no sabe porque sus partidos actúan como meros aparatos electorales, sin capacidad para generar ilusión ni para vertebrar las ansias de participar en la “cosa pública”.
Por eso es fundamental rescatar el sentido originario que tiene el partido, como punta de lanza transformadora, para el socialismo democrático. Tenemos que reorientar a los partidos de izquierda para que sean instrumentos de participación política. Para que no traten de controlarlo todo sino que, al contrario, sirvan de estímulo y aglutinante. Para que los movimientos sociales encuentren en ellos una herramienta con la cual conseguir en el campo político lo que en el social intentan solucionar.
Es decir, unos partidos que escuchen y aprendan de la base social. Sólo así se podrá construir una sociedad en progreso, más humana y solidaria, cuyos valores no estén basados en el simple crecimiento económico especulativo, sino en el equilibrio social y en la redistribución justa de la riqueza.
Se trata, por tanto, de no aceptar la falsa dicotomía entre el paliar y el cambiar. Si renunciamos a un cambio social profundo, si consentimos que el Estado decline su responsabilidad y la cargue sobre el voluntarismo del movimiento social, si aceptamos una sociedad caminando hacia la disgregación en lugar de hacia el equilibrio, el voluntariado se parecerá cada vez más a la caridad. E irá perdiendo su tremenda fuerza transformadora.
Si al mismo tiempo los que seguimos defendiendo una izquierda activa y renovada renunciamos a escuchar el mensaje que nos viene de las ONG’s, estaremos cerrando la puerta a una juventud que tiene muy claro que no puede renunciar a actuar localmente para pensar globalmente. Y que defiende conceptos tradicionales de esa izquierda como la movilización en defensa de los derechos humanos, la ecología, la igualdad entre sexos, una revolución científico-técnica de dimensión humana, etcétera.
El futuro próximo de los partidos de izquierda debe traer consigo un cambio en los ejes de sus relaciones con los Movimientos Sociales. Fortaleciendo un potencial que no ha de perderse: el de las propias bases de esa izquierda, proclives a actuar como dinamizadoras de nuestra sociedad. Si este potencial queda reducido a la lógica de las cuotas de poder, el resultado será una regresión aún mayor de todo cuanto significa la izquierda de este país.
Se logrará un avance social y político para toda la izquierda si aprendemos una lección importante: que hay que escuchar. Escuchar, sobre todo, lo que nos llega de los Movimientos Sociales. Y al mismo tiempo dialogar con ellos con un lenguaje claro y unívoco, de igual a igual. Porque un socialismo que escucha puede llegar a ser de nuevo una fuerza imparable.
José Luis Úriz Iglesias (PSN-PSOE), Miguel Ángel Múgica (Euskadi, Democracia Cívica), Antonio Marín Segovia (País Valenciano, DC), María Ruiz Jiménez (Castilla y León, DC), Antonio L. Ros Soler (Madrid, DC), Juan Carlos Palavecino (Catalunya), Antonio Sierra Zamorano (PSM-PSOE y DC), Olivier Herrera Marín (País Valenciano, DC), Julio Rodríguez López (Madrid, DC), Isabel Vázquez Mijares (Asturias, DC), Democracia Cívica: www.democraciacivica.org
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