Cámbiese Universidad por Partidos Políticos, directores y demás por aparato, profesores por políticos, alumnos por ciudadanos y ya lo tienen: así funcionan las cosas (o mejor dicho: así estamos permitiendo que funcionen…)
Aunque los detalles –lo menos importante en este caso- no sean los mismos, esta historia, real, es una magnífica alegoría del proceso de mi expulsión del PSOE, de la actitud que todavía se empeña en mantener el Partido y del porqué es necesaria nuestra rebelión frente al este sistema que pudre y pervierte algo tan digno cómo la política y del funcionamiento justo y democrático todas las instituciones (incluyendo a las universidades claro)
Este es un extracto del artículo, pero recomiendo enfáticamente su lectura íntegra:
Agustín Velloso, Rebelión
“¿Qué hace un profesor cuando el día en que comienzan los exámenes en febrero de 1999 un alumno pregunta en voz alta en el aula si falta mucho para que lleguen los libros? Pues escribe otro informe para que no se diga de él lo que dijo Alfonso X el Sabio: “Los que dejan al rey errar a sabiendas, merecen pena como traidores”. Aquí las autoridades pierden la paciencia, una cosa es recibir un informe una vez y otra es que un tío pesado registre cada cuatro meses uno sobre la ineptitud de éstas. Aquel director que agradecía los avisos escribió al rectorado para denunciar a A.V por su “falta reiterada de espíritu de colaboración y buena voluntad”.
Cuando el vicerrector de Asuntos Internacionales recibió el escrito, tenía dos caminos a seguir. Pudo decir a A.V.: ni te defiendo ni te acuso, pero has de explicarte al respecto. Pero siguió el que convenía a su carrera: le prohibió examinar en Guinea Ecuatorial sin mencionar su derecho de contradicción, de audiencia, sin aporte de pruebas. Entre pedirlas a un director general que además le facilita sus proyectos y acallar a un inferior, la elección era fácil.
El excelentísimo cortó la conversación con la misma promesa que hizo famoso a Al Capone poco antes de la matanza de San Valentín de 1929: “si vas por ese camino vas a sufrir mucho”.
A.V. acudió al Servicio de Inspección, escribió al rectorado una y otra vez, incluso al Ministerio, pero no obtuvo respuesta. Se hizo un silencio oficial al tiempo que se extendieron rumores sobre A.V. en los que figuraba el tráfico de drogas, actividades políticas, la lucha con colegas por la dirección del centro de la universidad en Guinea Ecuatorial, etc. Al no encontrar justicia en su casa, se fue al Defensor del Pueblo y luego al Senado y al Congreso. Éstos le escriben muy espaciadamente para comunicarle que han tomado nota de su queja y que piden a las autoridades aludidas informes de lo sucedido.
Eso es todo. Punto final para la Administración. Ni la universidad ni estas instituciones, mediando amenazas y castigos allí, buenas palabras y mucho papel timbrado aquí, han hecho lo más fácil: demostrar si A.V. tiene o no razón en sus denuncias. Con el paso del tiempo se entiende la táctica: no investigar lo denunciado sino desviar la atención al denunciante. Nadie recuerda las palabras de Cromwell a la Iglesia en 1650: “Yo os ruego, por las entrañas de Cristo, que penséis que es posible que estéis equivocados”.
Desde entonces sucede lo habitual en el acoso moral: el rectorado no envía los documentos que solicita A.V. para poder hacer valer su derecho, o lo hace tarde, incompletos, etc.
A.V. publica el escándalo en la universidad porque el rector lo mantenía tapado durante meses y no tenía intención de hacer justicia al respecto. Como respuesta, el rector ordena una información reservada, ojo, no sobre el director, sino sobre A.V. Finalmente el instructor propone su archivo. Pero el rector desoye la propuesta y ordena un expediente disciplinario, ojo, no sobre los hechos denunciados, sino sobre el denunciante…
Entonces se produce una reacción que a primera vista parece propia de una sociedad feudal y no de una comunidad universitaria: muchos callan y algunos piden la cabeza de A.V. para acabar con el malestar general, sin saber, mejor dicho, no querer saber, que la forma de atajar el escándalo es esclarecer la verdad y no aumentar el castigo, pero la relación entre vasallaje y corrupción en la universidad es una cuestión que nos distrae ahora. Si se observa el asunto con más detenimiento se cae en la cuenta de que el equipo rectoral ha entronizado un sistema que se equipara al de la omertá: todo el mundo guarda silencio, tú no te metes en mis asuntos y yo lo mismo contigo, yo no entro en tus manejos y tú tampoco en los míos.
Con otras palabras: si un profesor observa una acción ilegal ha de primar el compañerismo sobre el cumplimiento de la ley. Además, si un alumno pide a un profesor que publique una denuncia, éste ha de negarse porque lo normal en un Estado de Derecho es tapar las denuncias. La guinda la pone al final: “Pero el que estas conductas sean reprochables desde un punto de vista deontológico no significa que puedan ser sancionadas disciplinariamente”. Conclusión: que las autoridades universitarias tienen un código deontológico que desconocen los demás mortales, sus propios jueces instructores incluidos. En esas manos estamos.
…el prestigio de la universidad cae más que la bolsa y los profesores jóvenes reciben lecciones inolvidables: allá van leyes do quieren reyes, no te muevas si quieres salir en la foto, calla y obedece o lo pagarás caro, etc.”