Ago 20 2008

Elogio de la bicicleta

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Ricardo Marqués [Rebelión]

En la reciente década de 1970, el pensador Ivan Illich escribió: “El americano típico consagra más de 1.500 horas por año a su automóvil: sentado dentro de él, en marcha o parado, trabajando para pagarlo, para pagar la gasolina, las llantas, los peajes, el seguro, las infracciones y los impuestos (…) Estas 1.500 horas le sirven para recorrer unos 10.000 kilómetros al año, lo que significa que se desplaza a una velocidad de 6 kilómetros por hora”, aproximadamente la mitad de la velocidad que desarrolla un ciclista urbano sin esforzarse. Más de 30 años después, las palabras de Illich siguen siendo válidas, excepto que ahora se podrían aplicar a la práctica totalidad del mundo desarrollado más las economías “emergentes” de Oriente; es decir, a buena parte de la humanidad. Hoy sabemos, además, que este uso compulsivo del automóvil es uno de los mayores responsables del crecimiento desbocado de las emisiones de gases de efecto invernadero, de la pérdida de habitabilidad de las ciudades -grandes y pequeñas-, del enorme gasto de tiempo social provocado por los atascos, de que la calle haya dejado de ser un lugar transitable para niños y ancianos, del deterioro de buena parte de nuestros monumentos y lugares de encuentro tradicionales y del enorme estrés al que viven sometidos los habitantes de las grandes ciudades.

En España, las emisiones de gases de efecto invernadero directamente ligadas al sector transporte han crecido más de un 80% desde 1995, aproximadamente el doble que el crecimiento global de tales emisiones, hasta superar la cuarta parte del total. No obstante, basta con echar un vistazo a los planes de movilidad que se redactan en nuestro país, desde el recientemente aprobado Plan de Infraestructuras hasta los planes del más humilde ayuntamiento, para darse cuenta de que el automóvil privado sigue siendo el rey con muy raras excepciones. Como mucho, se anuncian planes de fomento del transporte público -generalmente en forma de costosas infraestructuras como trenes AVE o metros urbanos- y, al final del documento, se hace una breve mención de la bicicleta, sin planes ni compromisos concretos, ni mucho menos un presupuesto mínimamente digno, quizás para cumplir sobre el papel con algún compromiso político adquirido en algún foro nacional o internacional, como la Carta de Aalborg o la Semana Europea de la Movilidad, que cada septiembre nos sirve para denunciar las vergüenzas de la insostenible inmovilidad que padecen la mayoría de las ciudades españolas.

Sin embargo, bicicleta es, con mucho, y pese a su inmerecido ostracismo, el vehículo más eficiente y mejor adaptado a la movilidad urbana. La gran mayoría de los desplazamientos urbanos no superan los 10 kilómetros, una distancia perfectamente asumible por un ciclista. La bicicleta, además, está completamente libre de emisiones nocivas, no hace ruido, es saludable, apenas sí ocupa espacio urbano circulando y para aparcar -mucho menos, desde luego, que cualquier otro vehículo-, y no necesita costosas infraestructuras. ¿Por qué, entonces, es sistemáticamente ignorada por quienes planifican la movilidad urbana en España? Cuando se les pregunta suelen responder que “en España no hay cultura de la bicicleta”, pero aparte de que dicha afirmación resulta extraña en un país que acaba de ganar tres Tours seguidos, el ejemplo de las escasas ciudades españolas que han decidido tomarse en serio la bicicleta (Barcelona, Donosti-San Sebastián y Sevilla) desmiente radicalmente dicha afirmación. En todas ellas ha bastado una mínima inversión pública, desde luego incomparablemente menor que la dedicada a otros medios de transporte, para provocar una impresionante aceptación ciudadana, más allá incluso de lo esperado por los propios promotores de la idea.

La bicicleta ofrece la única alternativa eficaz a la creciente demanda de un modo de transporte individual, flexible y, al mismo tiempo, ecológicamente sostenible para las modernas ciudades suburbanizadas con grandes áreas de población dispersa y horarios cada vez más flexibles. De ese modo, la moderna ciudad suburbanizada y postindustrial, que parece haber perdido la escala humana debido a la superpoblación y a las largas distancias, empieza a recuperar de nuevo esa escala para el hombre -y la mujer- en bicicleta. Por otro lado, la intermodalidad entre la bicicleta y el transporte público de gran capacidad, que es ya moneda corriente en muchas ciudades del norte y centro de Europa, es la solución más adecuada, ecológica y eficaz a las crecientes necesidades de movilidad en las grandes metrópolis. A este respecto, la jornada bicicleta-transporte público-bicicleta, apoyada en consignas y aparcamientos para bicis en las terminales del transporte público y/o en los sistemas de bicicletas públicas que ciudades como París, Barcelona o Sevilla están experimentando tan eficazmente, no conoce rival ni en coste, ni en eficacia ni en sostenibilidad. En la actual ciudad automovilizada, la bicicleta solo tiene un inconveniente: hay que tener una mente libre de prejuicios para poder apreciar sus ventajas.

Ricardo Marqués es profesor de la Universidad de Sevilla


Ago 10 2008

España bate un récord

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Koldo Campos Sagaseta

España ni siquiera ha esperado el inicio de las Olimpiadas para batir su primer récord. Horas antes de que arrancara la ceremonia de apertura en Pekín ya algunos medios españoles anunciaban la nueva plusmarca nacional en venta de armas.

Curiosamente, mientras quiebran inmobiliarias y financieras, se viene abajo el sueño del ladrillo multiplicando insomnios y pesadillas, y comienza a derrumbarse la fachada del mentado desarrollo, por supuesto, sostenido y sustentable, España cuadruplica sus ventas de armas en los últimos siete años. Ya son casi mil millones de euros ingresados a las arcas nacionales por la venta de obuses, cazas, carros de combate, fragatas, vehículos militares, armas convencionales… que emplear, obviamente, en guerras humanitarias y en bélicas misiones de paz.

Fiel a la humanista consigna de que nunca hay un mal comprador si el negocio es bueno, las armas que España vende para pacíficos usos, se han repartido democráticamente entre numerosos e irreprochables estados como Colombia, Marruecos, Malasia, Rumanía, Omán o El Salvador, todos con su licencia de guerra renovada y un inmaculado expediente en derechos humanos.

Se convierte de esta manera España en el octavo suministrador mundial de armas. Quedan por delante en el medallero de la guerra Estados Unidos, Rusia, Alemania, Francia, Holanda, Reino Unido e Italia, el más virtuoso coro capaz de interpretar la moral que adorna al mundo.

Y hablamos de un estado español en el que, muy pronto, hasta los meteorólogos de los informativos deberán expresar su más enérgica repulsa a la violencia, antes de advertirnos si habrá claros o nubes.

No es el único récord, en cualquier caso, que se bate. Casi a la misma hora en que se asesinaba legalmente en Texas al segundo inmigrante en tres días y que era condenado uno de los cientos de secuestrados que Estados Unidos mantiene en el campo de concentración de Guantánamo, George W. Bush censuraba la vulneración de los derechos humanos… en China.

Trabajo va a tener el Comité Olímpico de la Infamia para homologar tanta repugnante hipocresía.


Jun 10 2008

indecencias del siglo XXI

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190 para nuestros amos, uno para “esos”; 190 para matar, uno para hacer ver que queremos salvar: ése es el reparto que están haciendo nuestros gobiernos, ésa es nuestra moral: por cada euro para acavar con el hambre nos gastamos 190 en armas.

Y digo nos gastamos porque aquí no vale el escaqueo: todos somos directamente responsables de permitir semejante obscenidad; no vale decir “yo ya he hecho…” si las cosas siguen así es porqué no estamos haciendo bastante.

Los gobiernos que aprobaron en la FAO 4.500 millones para luchar contra las hambrunas destinaron casi 850.000 millones de euros a gasto militar

El gasto militar en el mundoalcanzó en 2007 la cifra de 847.500 millones de euros, un seis por ciento superior a la del año anterior y un 45 por ciento superior a 1998, según revela el informe anual de 2008 del Instituto Internacional de Investigación para la Paz (SIPRI), con sede en Estocolmo. Esta cantidad supone casi 190 veces las ayudas comprometidas por los gobiernos en la última cumbre de la Organización para la Alimentación y la Agricultura (FAO) para paliar la actual crisis alimentaria.

Estados Unidos, por sí solo, representó el año pasado el 45% del gasto militar en todo el mundo, muy por encima de países como Reino Unido, China (37,8 millones) o Francia (33,9). España ocupa el decimoquinto lugar de la lista de quince países con más gasto militar del mundo. El informe del SIPRI destaca también que las ventas de armas aumentaron un 8% entre 2005 y 2006. El gasto militar ha aumentado un 45% en todo el mundo en los últimos diez años.

Estas cifras contrastan con las cantidades aprobadas la semana pasada en la Conferencia de Alto Nivel sobre la Seguridad Alimentaria Mundial, celebrada en Roma bajo el patrocinio de la FAO, en la que los delegados anunciaron un incremento en 4.500 millones de euros de sus donaciones para combatir el hambre, promover el desarrollo agrícola y paliar la situación generada en gran parte del mundo, especialmente en los países pobres, por el auge del precio de los alimentos.

[fuente: Rebelión/agencias]


Jun 03 2008

El mandato imperativo

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Javier Ortiz [Público]

Sucede en el Parlamento francés con bastante frecuencia que los diputados no votan en bloque siguiendo la consigna recibida de la jefatura de su grupo político, sino conforme a lo que cada uno de ellos cree que responde mejor al interés de los electores de su circunscripción.

Nada hay en la legislación española, en principio, que impida a nuestros diputados hacer lo mismo, sobre todo teniendo en cuenta que la Constitución de 1978 (art. 67.2) afirma: “Los miembros de las Cortes Generales no estarán ligados por mandato imperativo”. De nadie. En consecuencia, tampoco por el mandato imperativo de los responsables del partido en el que militan.

Sin embargo, en el Parlamento español funcionan reglamentos internos de grupo que castigan al diputado que, haciendo uso de su derecho constitucional, vota algo distinto a lo acordado por sus correligionarios. El PSOE puso la semana pasada una multa de 600 euros al diputado Barrio de Penagos por haber votado (él dice que por error) en contra de la decisión del Gobierno de Zapatero de autorizar el trasvase de David Taguas de la Oficina Económica de Presidencia al tinglado corporativo de las empresas constructoras.

¿Puede una agrupación parlamentaria establecer normas internas que contradicen prescripciones constitucionales? Es dudoso. Pero, en todo caso, se trata de un problema menor. Porque si los diputados españoles están atados de pies y manos a la disciplina de su grupo no es porque lo ordene tal o cual discutible reglamento interno, sino porque su reelección depende de la voluntad de la jefatura del partido, que es la que puede hacerles un hueco confortable en la papeleta de los próximos comicios… o borrar sus nombres para siempre. De modo que el diputado de base debe elegir entre decir amén a todo lo que le ordenan (posibilidad A), irse buscando otro partido que le promocione (posibilidad B, harto dudosa) o abandonar la política profesional, posibilidad C que a la mayoría se le hace muy cuesta arriba, porque no tiene en esta vida más oficio ni beneficio que su acta de diputado.

Miserias de la legislación electoral española, cuyo lema supremo es: “Vota y calla”.


May 18 2008

Democracia con D de Dinero

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Juan Torres López

Es natural que los ciudadanos se escandalicen cuando personas que estaban en la política activa pasan de pronto a formar parte de la nómina de grandes empresas cobrando sueldos millonarios. Y es que la cosa tiene guasa : Telefónica nombra a Zaplana, de quien dicen que no habla inglés ni francés, como delegado para Europa y le pagará por ello 600.000 euros. Y la patronal de los constructores ficha al actual jefe de la Oficina Económica del Presidente del Gobierno, David Taguas, en un puesto que no tiene más función que la de tratar de influir en los ámbitos de decisión en donde Taguas se había movido hasta ahora.

Todo eso es escandaloso, pero lo que a mí me parece mucho peor no es lo que estos listillos harán a partir de ahora, sino lo que hicieron antes.

No hablaré de Zaplana, un cara dura que reconoció de modo flagrante que estaba en política para forrarse. El caso de Taguas me parece aún más significativo. Procedente del Banco de Bilbao Vizcaya ¿a qué se suponía que iba a ir al complejo de la Moncloa ?, ¿algún ingenuo pensaba que iba a seguir ahí por convicción ideológica una vez que el vicepresidente Solbes exigió a Zapatero que la Oficina Económica dejara de tener el poder que tenía antes con Sebastián ? Por eso lo que es grave no es lo que haga ahora Taguas, sino lo que pudo hacer antes para ganarse el favor de los constructores. Y el problema es que eso no lo podemos saber porque su agenda, como la de todos los gobernantes, ha sido completamente opaca mientras estuvo en el poder.

Elegimos a quienes nos gobiernan pero luego éstos no nos dejan que veamos lo que en realidad hacen. No nos dicen con quién se reúnen, ni qué ofrecen a quienes los visitan, ni qué promesas se intercambian.

Ni, simplemente, de qué hablan los políticos con los banqueros, o con los constructores, con los grandes industriales y con los poderosos, con los que los financian a ellos y a sus partidos. Por eso, lo relevante es lo que los políticos hacen antes y no después de dejar sus cargos. Y por eso el velo que realmente es importante retirar es el que oculta las actividad de quienes gobiernan : del rey, de los ministros, de los jueces, de los militares y de todos los que toman decisiones con el dinero de la gente. Mientras no sepamos a qué se dedican realmente todos ellos hablar de democracia será una auténtica pamplina.

Juan Torres López es catedrático de Economía en la Universidad de Málaga. Su web: www.juantorreslopez.com


May 11 2008

España: Un pueblo inculto es un pueblo lúgubre

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Carlos Tena [Rebelión]

Que el dolor ajeno sea una de las drogas que más satisface a la sociedad española, es una de las verdades que constato en este viaje que acabo de hacer a la península. Ese sufrimiento que se lanza desde todas las emisoras de radio y televisión a los cuatro vientos, hacia los cuatro puntos cardinales, como quien siembra trigo en el campo, proporciona el fruto idóneo e imprescindible para el capitalismo salvaje que los socialistas promueven, amparan y protegen: la enajenación colectiva de los ciudadanos. Con el mismo estoicismo, el personal contempla las salvajadas jurídicas que se producen en la Audiencia Nacional o Tribunal de Orden Público (versión pos franquista), como la del proceso 18/98, que sin duda es la aberración más flagrante que se ha cometido en los últimos años en eso que llaman “la España democrática”, derivada de la no menos inconstitucional Ley de partidos políticos, vergüenza y oprobio para cualquier letrado honesto que haya leído los libros de texto aun vigentes en la carrera de derecho.

El monarca, el presidente del Gobierno, la vicepresidenta, el ministro de justicia y la mayor parte de los colegios profesionales de abogados, aceptan tales barrabasadas sin que se les caigan las togas, corbatas y medallas por la vergüenza. Eso, y una patética ministra de Defensa, que no tiene ni pajolera idea de lo que pudiera ser la geoestrategia militar, posando muy embarazada ante banderas y fusiles (oh, qué imagen tan progresista), mientras miraba con cara de pasmo a las tropas de mercenarios que Zapatero mantiene en Afganistán, porque lo de Irak ya no estaba bien visto, dan no sólo miedo, sino risa. El mayor espectáculo del mundo: un o una futuro vasallo de Juan Carlos de Borbón, escuchando desde su placenta la nada placentera retahila de himnos y cánticos espantosos (lo llaman música militar sabiendo que si es lo segundo, no puede ser lo primero) animando a los asalariados del Cetme a que “combatan por la paz”, sabiendo que esas mesnadas están allí únicamente para proteger los intereses económicos de multinacionales norteamericanas y europeas. Así las cosas, todo el entramado de Falsimedia, en manos de esas mismas empresas, gigantescas e imparables, desarrollan una estrategia brutal de dolor a la carta con el que acallar cualquier atisbo de rebelión e insurgencia. El semanario El Caso, es la clave del éxito.

Continúa leyendo “España: Un pueblo inculto es un pueblo lúgubre”


May 09 2008

Lo que puede el dinero

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Arcipreste de Hita, Libro del buen amor (Contra la propiedad que el dinero ha)

490 “Hace mucho el dinero, mucho se le ha de amar;
al torpe hace discreto, hombre de respetar,
hace correr al cojo al mudo le hace hablar;
el que no tiene manos bien lo quiere tomar.

491 “También al hombre necio y rudo labrador
dineros le convierten en hidalgo doctor;
Cuanto más rico es uno, más grande es su valor,
quien no tiene dinero no es de sí señor.

492 “Y si tienes dinero tendrás consolación,
placeres y alegrías y del Papa ración,
comprarás Paraíso, ganarás la salvación:
donde hay mucho dinero hay mucha bendición.

494 “Él crea los priores, los obispos, los abades,
arzobispos, doctores, patriarcas, potestades;
a los clérigos necios da muchas dignidades,
de verdad hace mentiras; de mentiras hace verdades.

495 “Él hace muchos clérigos y muchos ordenados,
muchos monjes y monjas, religiosos sagrados,
el dinero les da por bien examinados:
a los pobres les dicen que no son ilustrados.

503 “Yo he visto a muchos curas en sus predicaciones,
despreciar el dinero, también sus tentaciones,
pero, al fin, por dinero otorgan los perdones,
absuelven los ayunos y ofrecen oraciones.

504 “Dicen frailes y clérigos que aman a Dios servir,
más si huelen que el rico está para morir,
y oyen que su dinero empieza a retiñir,
por quién ha de cogerlo empiezan a reñir.

510 “En resumen lo digo, entiéndelo mejor,
el dinero es del mundo el gran agitador,
hace señor al siervo y siervo hace al señor,
toda cosa del siglo se hace por su amor.

El Libro del buen amor fue escrito en 1330… Paco Ibáñez lo cantaba en París en el 1969.

Hoy, me pasan éste montaje que me devuelve a tan actuales versos y de nuevo me pregunto: ¿hasta cuándo?


Abr 28 2008

La realidad según Canal 9

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Durante una semana un periodista de Público ha hecho seguimiento de los informativos de Canal 9; aquí las observaciones sobre Telecamps.

y aquí una simpática, aunque no reciente (si actual), parodia:


Abr 24 2008

Leer, ¿para qué?

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Santiago Alba Rico - Manifiesto por la lectura. (II Jornada de reflexión sobre la lectura. Cuenca 22 abril 2008.)

La necesidad de renovar una y otra vez los llamados a la lectura -de promover, estimular y colorear las letras- revela una doble angustia. Los lectores -primera- sentimos los libros amenazados. Los lectores -segunda- nunca encontramos argumentos convincentes a favor de nuestro vicio.

Es verdad que los hombres se han quejado siempre de las inclemencias del tiempo, pero sólo hoy podemos hablar de cambio climático. Es verdad que ya Cicerón se lamentaba de la escasa pasión por la lectura de los jóvenes romanos, pero sólo hoy podemos hablar de un cambio de paradigma. Instrumento de dominio y de liberación, la escritura está en peligro como lugar de construcción y decisión de los destinos humanos. Algunos datos sumarios así lo expresan. Mientras aumenta el número de títulos y las cifras de ventas, disminuye el de lectores efectivos. Mientras se mantiene el analfabetismo real en los países pobres, aumenta el analfabetismo funcional en los países ricos. Mientras se multiplican los medios tecnológicos de registro y archivo de la humanidad, flaquea y agoniza la memoria individual de los humanos. Pocos somos capaces ya de recordar un poema, una canción, una cita de memoria; pocos somos capaces de recordar -como un fuego vivo bajo nuestros pies- los acontecimientos más recientes: la caída del muro de Berlín es para las nuevas generaciones tan antigua, tan inexpresiva, tan irrelevante, como la caída de Roma; incluso la invasión de Iraq es tan remota y está tan desprovista de sentido como la conquista de Granada o las Cruzadas. La Historia ha desaparecido en el instantáneo y sucesivo consumo de imágenes muy intensas, muy solubles, que no dejan más rastro que el apetito de una imagen nueva, de una visualidad ininterrumpida: la mirada se ha convertido en una extensión del sistema digestivo.

En estas condiciones, los libros no hace falta ni quemarlos: se descatalogan solos a medida que salen de la imprenta. En estas condiciones, los libros -pobrecitos- no pueden denfenderse a sí mismos. En la mitad pobre del mundo son inalcanzables; en la mitad rica se distinguen ya mal de una chocolatina o de un electrodoméstico. Si queremos salvarlos -junto a los elefantes, los glaciares y los niños- habrá, por tanto, que cuestionarse el modelo en su conjunto. Si queremos salvar a Joyce y a García Lorca -aunque sólo queramos salvar a Joyce y a García Lorca- tendremos que salvar los elefantes; si queremos salvar La Iliada y el Quijote -aunque sólo queramos salvar la Ilíada y el Quijote- tendremos que salvar también los glaciares y los niños.

Pero, ¿por qué salvar los libros? ¿Para qué leer? Es verdad que la lectura enseña, pero también enseña cosas erradas o perjudiciales. La lectura libera, pero también ata a prejuicios y sinsentidos. La lectura entretiene, pero es más entretenido el sexo, la montaña rusa o la televisión. La lectura informa, pero también manipula. La lectura hace pensar, pero, ¿quién quiere pensar? La lectura puede cambiar el mundo, pero hoy casi nos conformaríamos con conservarlo. La lectura ayuda a conservar el mundo, pero mucho me temo que no podremos conservarlo sino con las manos y todos juntos. Entonces, ¿para qué leer?

El crítico y escritor George Steiner sostiene que precisamente en esta indeterminación -anfibia entre el bien y el mal- radica la fuerza de la literatura. Yo diría que radica más bien en el hecho de que esta indeterminación es absolutamente determinada. Es decir, en que esta indeterminación luce una caperuza roja o una barba azul; o se nos presenta “pequeña, peluda, suave, tan blanda por fuera que se diría toda de algodón”; o parece “verde que te quiero verde”; o tiene cincuenta años y es “de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador y amigo de la caza”; o ha nacido en un lugar concreto llamado Macondo.

La vida, decía Kafka, es un enigma del que hemos olvidado la clave. Los libros, al contrario, son claves -llaves- cuyo enigma no hemos localizado todavía. Las grandes novelas, los grandes relatos, los buenos poemas, dan respuesta a preguntas que aún no no nos hemos hecho, que todavía no hemos encontrado. La vida es un cuaderno de ejercicios; los vamos haciendo sin saber jamás si hemos dado o no con la solución justa. Frente a ella, los buenos libros proporcionan siempre soluciones justas -precisísimas- a problemas que luego hay que reconocer y plantear. Sabemos que está ahí la solución, pero no sabemos cuál es ni a qué dilema responde. Sabemos, en todo caso, que se trata de problemas radicales y generales cuya solución es una flor concreta de retama agarrada a la falda del Etna, una niña concreta que quiere tocar el violín y acaba trabajando de cajera en unos almacenes, un pirata concreto con una pata de palo concreta y un loro concreto posado en el hombro; o una concreta mañana de mayo en que un viejo lama concreto llega a la concreta ciudad de Lahore. Cada vez que leemos a Leopardi o a Carson McCullers o a Stevenson o a Kipling nos embarga la certidumbre maravillosa de haber llegado a alguna parte, aunque no sepamos a dónde, y de haber resuelto alguna adivinanza, aunque no sepamos cuál.

El enigma de una solución concreta -una flor concreta, una niña concreta, un pirata concreto, un lama concreto- es que no sabemos a qué enigma responde. Por eso, la maravillosa satisfacción, la apaciguadora certidumbre de los buenos libros va acompañada enseguida de una insatisfacción no menos intensa: porque una clave sin enigma es un nuevo enigma cuya solución habrá que buscar en un nuevo libro. De ahí que leer sea tan peligroso; empezar es azaroso, imprevisible, incoercible; terminar es imposible. Hay un cuentecito en el que un sabio oriental trata de concentrar toda la sabiduría humana en una página, luego en una frase, por fin en una palabra; y acaba por sumirse en el silencio e imponer silencio a todo el mundo. Hay escritores que sueñan con escribir el último libro, el libro definitivo, el libro después del cual ya no habrá que leer más libros. Y están las religiones llamadas del Libro, que consideran que la Biblia o el Corán vuelven ociosos o redundantes todos los libros y que, a fuerza de imponer la lectura de un solo libro, acaban por impedir precisamente la lectura. El monoteismo, el monobiblismo, es el silencio del mundo antes del big-bang de la creación.

La lectura no tiene fin porque se compone de muchos comienzos y sólo podemos comenzar algunos de ellos antes de que nuestra vida termine. No es un proceso, como la reproducción de la vida o la acumulación de riqueza, sino una sucesión, sí, de paradas y comienzos (como el recorrido de un tren o la línea de un autobús). Sólo los niños muy pequeños, los militares y los capitalistas cuentan los números. Las cosas finitas, los hombres concretos, son incontables. Por eso no los contamos sino que los contamos. No hacemos cuentas con ellos sino cuentos. Por eso, al mismo tiempo, la literatura es lo contrario de la tecnología: podemos decir que el ordenador ha suprimido la máquina de escribir, pero no que Coetzee ha suprimido a Balzac o Roberto Bolaño a Dickens. En todos ellos encontramos por igual la emoción alboral de ese nuevo comienzo contenido en el había una vez de los relatos: el placer cardinal, el suspense local -localizador- de que haya algo en lugar de nada (o de yo mismo); la excitación subracional de que ocurran cosas que no hemos decidido nosotros y que pueden cambiar una vida concreta en un espacio concreto -quizás también nuestra vida y nuestro espacio.

Pero, ¿quién puede querer dedicar su vida -un solo minuto de su vida- a acumular soluciones para las que hay que buscar luego un enigma? ¿A encadenar respuestas a las que aún les falta la pregunta? Cualquier ser humano que tenga problemas; es decir, cualquier ser humano digno de ese nombre.

¿Y quién puede querer concentrar su atención -un solo minuto de atención- en un terreno en el que hay innovaciones y descubrimientos pero no progreso? Cualquier ser humano que tenga antepasados; es decir, cualquier ser humano digno de ese nombre.

Entonces, ¿para qué leer? Marcel Proust escribía que, de la misma forma que no percibimos la rotación de la tierra, tampoco percibimos el paso del tiempo y que las novelas son por eso -y la suya más que ninguna otra- relojes paradójicos que, al acelerar el tiempo, lo introducen allí donde habitualmente no sentimos su movimiento. Se dirá que no tenemos tiempo para la lectura. Pero esto es como decir que no tenemos tiempo para el tiempo; que no tenemos tiempo para la duración. Tenemos tiempo, en cambio, para ignorarlo durante horas, para abolirlo ilusoriamente durante días; para despreciarlo durante toda una vida. Tenemos tiempo para ir a Australia, pero no para llegar hasta la cocina o hasta la casa de enfrente; tenemos tiempo para fotografiar un millón de veces las Pirámides, pero no para levantar en la playa un castillo de arena; tenemos tiempo para dar la vuelta al mundo en una pantalla, pero no para pelar una patata. Tenemos, claro, ese minuto que basta para la destrucción de un mundo, pero ya no los siete días que hacen falta para crear uno. Tenemos tiempo, en fin, para la digestión y para la televisión, pero no para la duración.

Los libros no quitan sino que dan tiempo, nos devuelven el tiempo; nos devuelven precisamente el tiempo geológico que necesitan las montañas para formarse, los niños para crecer, la atención para fijar la mirada, las manos para prestar cuidados, la lengua para conservar su riqueza, los cuerpos para conocerse, la inteligencia y la imaginación para interesarse por un objeto o un ser humano concretos. En ese tiempo -que el reloj del relato nos restituye y que es el tiempo propiamente humano- pueden ocurrir cosas terribles. Pero sin ese tiempo, las buenas, las mejores, aquellas de las que dependen la salvación de los elefantes, los niños y los glaciares, son imposibles. El problema hoy no es el desprecio por la realidad sino el desprecio por el relato, la degradación de esa trabajada ficción -aprendizaje del tiempo- desde la que hemos venido juzgando durante los últimos siglos la consistencia real del mundo exterior. Se puede leer y abandonar a los propios hijos; se puede leer y conquistar a sangre y fuego otro país; se puede leer y colaborar en un genocidio. Pero, ¿cómo va a impresionarnos la muerte de Aischa y Omar en Bagdad si no nos impresiona la muerte de Jo en Casa Desolada? ¿Cómo va a afectarnos el dolor de los palestinos si no nos afecta el de los liliputienses? ¿Cómo vamos a interesarnos por el destino de la humanidad si no nos interesamos por el de los unicornios o el de los mulefas?

De la misma manera que ningún argumento de un ateo sensato podrá jamás persuadir a un fanático religioso para que use la razón, tampoco ningún argumento a favor de la lectura podrá jamás persuadir a un fanático fugitivo del tiempo, disuelto en sus imágenes intensas, para que lea a Stendhal, a Jack London o a Proust. Creo que en un mundo menos injusto habría más gente razonable; y creo que en un mundo más lento la lectura tendría aún una oportunidad. La justicia y la lentitud habrá que defenderlas a la intemperie. Entre tanto, por misteriosas razones que tienen que ver con el fracaso parcial de la lógica en los cuerpos concretos, siguen siendo posibles, como en los cuentos, las conversiones: bajo el contacto de un beso inesperado -un aburrimiento desarmado, un maestro heroico, un revés movilizador- algunas ranas se convierten todavía a la conciencia y a la literatura. Por eso, aunque sea en las catacumbas, tenemos que seguir pronunciando en voz alta el nombre de la justicia y la libertad: por eso, aunque sea en las catacumbas, tenemos que seguir pronunciando en voz alta los títulos de nuestras obras preferidas. Para salvar los elefantes, los glaciares y los niños -si conseguimos salvar los elefantes, los glaciares y los niños- estas palabras y estos libros nos serán indispensables.


Abr 22 2008

La naturaleza no es muda

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Eduardo Galeano

El mundo pinta naturalezas muertas, sucumben los bosques naturales, se derriten los polos, el aire se hace irrespirable y el agua intomable, se plastifican las flores y la comida, y el cielo y la tierra se vuelven locos de remate.

Y mientras todo esto ocurre, un país latinoamericano, Ecuador, está discutiendo una nueva Constitución. Y en esa Constitución se abre la posibilidad de reconocer, por primera vez en la historia universal, los derechos de la naturaleza.

La naturaleza tiene mucho que decir, y ya va siendo hora de que nosotros, sus hijos, no sigamos haciéndonos los sordos. Y quizás hasta Dios escuche la llamada que suena desde este país andino, y agregue el undécimo mandamiento que se le había olvidado en las instrucciones que nos dio desde el monte Sinaí: “Amarás a la naturaleza, de la que formas parte”.

Un objeto que quiere ser sujeto

Durante miles de años, casi toda la gente tuvo el derecho de no tener derechos.

En los hechos, no son pocos los que siguen sin derechos, pero al menos se reconoce, ahora, el derecho de tenerlos; y eso es bastante más que un gesto de caridad de los amos del mundo para consuelo de sus siervos.

¿Y la naturaleza? En cierto modo, se podría decir, los derechos humanos abarcan a la naturaleza, porque ella no es una tarjeta postal para ser mirada desde afuera; pero bien sabe la naturaleza que hasta las mejores leyes humanas la tratan como objeto de propiedad, y nunca como sujeto de derecho.

Reducida a mera fuente de recursos naturales y buenos negocios, ella puede ser legalmente malherida, y hasta exterminada, sin que se escuchen sus quejas y sin que las normas jurídicas impidan la impunidad de sus criminales. A lo sumo, en el mejor de los casos, son las víctimas humanas quienes pueden exigir una indemnización más o menos simbólica, y eso siempre después de que el daño se ha hecho, pero las leyes no evitan ni detienen los atentados contra la tierra, el agua o el aire.

Suena raro, ¿no? Esto de que la naturaleza tenga derechos… Una locura. ¡Como si la naturaleza fuera persona! En cambio, suena de lo más normal que las grandes empresas de Estados Unidos disfruten de derechos humanos. En 1886, la Suprema Corte de Estados Unidos, modelo de la justicia universal, extendió los derechos humanos a las corporaciones privadas. La ley les reconoció los mismos derechos que a las personas, derecho a la vida, a la libre expresión, a la privacidad y a todo lo demás, como si las empresas respiraran. Más de 120 años han pasado y así sigue siendo. A nadie le llama la atención.

Gritos y susurros

Nada tiene de raro, ni de anormal, el proyecto que quiere incorporar los derechos de la naturaleza a la nueva Constitución de Ecuador.

Este país ha sufrido numerosas devastaciones a lo largo de su historia. Por citar un solo ejemplo, durante más de un cuarto de siglo, hasta 1992, la empresa petrolera Texaco vomitó impunemente 18 mil millones de galones de veneno sobre tierras, ríos y gentes. Una vez cumplida esta obra de beneficencia en la Amazonia ecuatoriana, la empresa nacida en Texas celebró matrimonio con la Standard Oil. Para entonces, la Standard Oil de Rockefeller había pasado a llamarse Chevron y estaba dirigida por Condoleezza Rice. Después un oleoducto trasladó a Condoleezza hasta la Casa Blanca, mientras la familia Chevron-Texaco continuaba contaminando el mundo.

Pero las heridas abiertas en el cuerpo de Ecuador por la Texaco y otras empresas no son la única fuente de inspiración de esta gran novedad jurídica que se intenta llevar adelante. Además, y no es lo de menos, la reivindicación de la naturaleza forma parte de un proceso de recuperación de las más antiguas tradiciones de Ecuador y de América toda. Se propone que el Estado reconozca y garantice el derecho a mantener y regenerar los ciclos vitales naturales, y no es por casualidad que la Asamblea Constituyente ha empezado por identificar sus objetivos de renacimiento nacional con el ideal de vida del sumak kausai. Eso significa, en lengua quichua, vida armoniosa: armonía entre nosotros y armonía con la naturaleza, que nos engendra, nos alimenta y nos abriga y que tiene vida propia, y valores propios, más allá de nosotros.

Esas tradiciones siguen milagrosamente vivas, a pesar de la pesada herencia del racismo que en Ecuador, como en toda América, continúa mutilando la realidad y la memoria. Y no son sólo el patrimonio de su numerosa población indígena, que supo perpetuarlas a lo largo de cinco siglos de prohibición y desprecio. Pertenecen a todo el país, y al mundo entero, estas voces del pasado que ayudan a adivinar otro futuro aposible.

Desde que la espada y la cruz desembarcaron en tierras americanas, la conquista europea castigó la adoración de la naturaleza, que era pecado de idolatría, con penas de azote, horca o fuego. La comunión entre la naturaleza y la gente, costumbre pagana, fue abolida en nombre de Dios y después en nombre de la civilización. En toda América, y en el mundo, seguimos pagando las consecuencias de ese divorcio obligatorio.


Abr 14 2008

14 de Abril

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Abr 10 2008

Rojo y negro

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Javier Ortiz
Público

La conclusión a la que llegué ayer tras oír el discurso en el que Rodríguez Zapatero expuso sus propósitos presidenciales es que él tiene la certeza de que su gobierno va a conducir a España por la senda de la perfección pero que, por las razones que sea, o no puede o no quiere revelarnos cómo lo va a hacer. Ni con qué programa, ni con qué aliados, ni haciendo qué, cuándo y cómo.

Examinada en su literalidad, la exhibición de intenciones que hizo ante el Congreso de los Diputados no puede ser tildada de nada: ni de derechas ni de izquierdas, ni de frente ni de revés. ¿Cómo puede nadie negarse a que lo conviertan en próspero, en solidario, en sano, en educado, en informatizado, en europeo, en ecológico, en respetuoso de todo lo respetable, en no víctima de accidente, en igualitarista, en perfeccionador de la Justicia, en superpotencia mundial? Sólo un tonto del bote podría rechazar esa perspectiva.

Mi problema es que no me lo creo. Porque la vida es como la ruleta: no pueden salir a la vez el rojo y el negro.

No es posible defender la educación igualitaria y respetar sin rechistar los privilegios de la Iglesia Católica.

No cabe ayudar a que se impongan implacables los intereses de la Banca y pretender que se respalda a quienes soportan hipotecas cuyo principal no empiezan a amortizar hasta el décimo año de sangría, y eso con suerte.

Es una burla pensar que cabe ayudar a los miserables del Tercer Mundo cuando uno respalda las opciones del FMI y, ya de paso, a los gobiernos corruptos del Tercer Mundo.

Es de coña decir que se defiende la ecología y andar comprando derechos de contaminación a los estados deficitarios.

Es infame pretenderse adalid de la paz universal y ser uno de los principales vendedores de armas en el mercado mundial de armas, negro o blanco.

Los socialistas de viejo cuño (si Zapatero conoce a alguno puede preguntárselo y le confirmará que no miento) solían hablar de una cosa a la que llamaban “lucha de clases”. Su lógica era la lógica: los explotados contra los explotadores; la gente oprimida contra la gente opresora.

Quienes fingen que defienden a todos, sin distinción, defienden a los que ya están instalados.


Abr 08 2008

La izquierda y los movimientos sociales

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Todos los analistas políticos coinciden en apreciar que el éxito de los nuevos movimientos sociales y de las ONG’s se está basando en el rechazo de la mayoría de los jóvenes a la militancia política tradicional. Y en su desconfianza hacia el supuesto papel transformador de los partidos de izquierdas; a los que ven como organizaciones cuasi-conspirativas, válidas para trepar y medrar, pero no para cambiar la sociedad.

La fuerza de las ONG’s actuales, herederas de la tradición caritativa cristiana y de la filantropía liberal, se debe por tanto a la incapacidad de la izquierda para mostrar el camino de lo político como algo factible y eficaz.

¿Qué es lo que ofrece la izquierda al movimiento social? Hasta ahora sólo palabras como controlar, dirigir, descabezar… forman parte del lenguaje de los partidos cuando se refieren a las organizaciones más o menos volátiles, pero siempre pegadas a la base, de estudiantes, mujeres, consumidores, vecinos, padres y madres de alumnos, ciudadanos descontentos, etcétera. Y cuando se ha intentado algo, siempre ha ido dirigido a instaurar clones estériles de los partidos; que tenían un inmediato eco mediático e institucional descalificador, por su falta de autonomía. Los militantes de izquierda que sinceramente hemos participado en los movimientos sociales, hemos notado suspicacias posiblemente legítimas a la vista de esta situación.

¿Quién ha provocado el divorcio, el movimiento social o una izquierda enferma y debilitada? La respuesta, como en todos los divorcios, es compleja. Internamente, la izquierda está viviendo un periodo de vaciamiento de ideas y propuestas. Una auténtica esterilización ideológica que ha arrastrado a su vida orgánica, derivándose de esto (en el caso del partido mayoritario, el socialista) que sus agrupaciones, sus casas del pueblo, no sean ya centros de debates y de discusiones, sino casi exclusivamente lugares de enfrentamiento entre “familias”, “clanes” y “sensibilidades”, cuyos ejes de confrontación más que en lo ideológico están en las cuotas de poder a alcanzar. ¿Cómo lo político no va a oponerse a lo social, desde esta realidad?

Lógicamente, los movimientos sociales se han convertido en la vanguardia ciudadana que no encuentra cauce en los partidos. En los que sólo ven estructuras rígidas y caducas, sin capacidad para dar respuesta a sus aspiraciones cotidianas. Los movimientos buscan objetivos de cambios progresistas sin necesidad de revestirlos ideológicamente.

Si hay un discurso común en los Movimientos Sociales, éste es el rechazo del individualismo como filosofía de vida; y el sublevarse contra la pérdida de los referentes, principios y valores. Y si rechazan el individualismo es precisamente porque la teoría del “sálvese quien pueda” existe, y la pasividad actual es una fuerza poderosa de disgregación social.

El mensaje de fondo de los Movimientos Sociales es profundamente político, y opuesto de raíz a las políticas neoliberales que nos llevan a una sociedad escindida. Envían en la práctica el mensaje que la izquierda quiere dar, pero que no sabe transmitir a los ciudadanos. Con un lenguaje nuevo que hasta ahora la izquierda no ha sabido escuchar. Y no sabe porque sus partidos actúan como meros aparatos electorales, sin capacidad para generar ilusión ni para vertebrar las ansias de participar en la “cosa pública”.

Por eso es fundamental rescatar el sentido originario que tiene el partido, como punta de lanza transformadora, para el socialismo democrático. Tenemos que reorientar a los partidos de izquierda para que sean instrumentos de participación política. Para que no traten de controlarlo todo sino que, al contrario, sirvan de estímulo y aglutinante. Para que los movimientos sociales encuentren en ellos una herramienta con la cual conseguir en el campo político lo que en el social intentan solucionar.

Es decir, unos partidos que escuchen y aprendan de la base social. Sólo así se podrá construir una sociedad en progreso, más humana y solidaria, cuyos valores no estén basados en el simple crecimiento económico especulativo, sino en el equilibrio social y en la redistribución justa de la riqueza.

Se trata, por tanto, de no aceptar la falsa dicotomía entre el paliar y el cambiar. Si renunciamos a un cambio social profundo, si consentimos que el Estado decline su responsabilidad y la cargue sobre el voluntarismo del movimiento social, si aceptamos una sociedad caminando hacia la disgregación en lugar de hacia el equilibrio, el voluntariado se parecerá cada vez más a la caridad. E irá perdiendo su tremenda fuerza transformadora.

Si al mismo tiempo los que seguimos defendiendo una izquierda activa y renovada renunciamos a escuchar el mensaje que nos viene de las ONG’s, estaremos cerrando la puerta a una juventud que tiene muy claro que no puede renunciar a actuar localmente para pensar globalmente. Y que defiende conceptos tradicionales de esa izquierda como la movilización en defensa de los derechos humanos, la ecología, la igualdad entre sexos, una revolución científico-técnica de dimensión humana, etcétera.

El futuro próximo de los partidos de izquierda debe traer consigo un cambio en los ejes de sus relaciones con los Movimientos Sociales. Fortaleciendo un potencial que no ha de perderse: el de las propias bases de esa izquierda, proclives a actuar como dinamizadoras de nuestra sociedad. Si este potencial queda reducido a la lógica de las cuotas de poder, el resultado será una regresión aún mayor de todo cuanto significa la izquierda de este país.

Se logrará un avance social y político para toda la izquierda si aprendemos una lección importante: que hay que escuchar. Escuchar, sobre todo, lo que nos llega de los Movimientos Sociales. Y al mismo tiempo dialogar con ellos con un lenguaje claro y unívoco, de igual a igual. Porque un socialismo que escucha puede llegar a ser de nuevo una fuerza imparable.

José Luis Úriz Iglesias (PSN-PSOE), Miguel Ángel Múgica (Euskadi, Democracia Cívica), Antonio Marín Segovia (País Valenciano, DC), María Ruiz Jiménez (Castilla y León, DC), Antonio L. Ros Soler (Madrid, DC), Juan Carlos Palavecino (Catalunya), Antonio Sierra Zamorano (PSM-PSOE y DC), Olivier Herrera Marín (País Valenciano, DC), Julio Rodríguez López (Madrid, DC), Isabel Vázquez Mijares (Asturias, DC), Democracia Cívica: www.democraciacivica.org


Abr 01 2008

Brand new PP

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Mar 31 2008

Ciao, bella

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El destino publicitario de una canción de la resistencia

Alessandro Portelli

Il Manifesto / Rebelión [Traducido por Gorka Larrabeiti]

A mediados de los 60, los braceros chicanos huelguistas cantaban en California, además de corridos, una versión en español de “Bella Ciao”. Hace un par de años, un grupo de jóvenes turcos que vi por la calle de Roma, nos cantó otra versión, naturalmente en turco. La oí, en los años 80, en no sé qué reunión de gente de izquierda en Inglaterra. A lo que voy: si hay una canción global y alternativa a la vez, ésa es “Bella Ciao”. Y, como todo lo verdaderamente global, es normal que haya ido a parar a la trituradora global de la publicidad. Hemos hecho anuncios con Gandhi y con Cristo; por tanto, no ha de sorprendernos que una bebida mejicana producida por la Coca-Cola se promueva mediante esta alegre tonadilla internacional.

Y es que, si uno es lo bastante ignorante para no saber qué historia contiene esta canción y su desfachatez es la suficiente como para que le dé lo mismo, “Bella Ciao” es un jingle perfecto: por lo reconocible, fácil de recordar y de tararearse distraídamente; por el optimismo amable de ese “bella” y ese “ciao” tan en armonía con la alegría juvenil de la Coca Cola. Es hasta lúdica –Roberto Leydi nos enseñó que el estribillo, con esas alegres palmas, provenía de un juego de niños de algún rincón entre el Véneto e Istria-. Luego, bien pensado, a los publicistas no les ha debido de desagradar esa vaga aureola de “libertad” que aún asocian a esta canción. Al fin y al cabo, hoy cuñas y anuncios hablan continuamente de libertad; pero la libertad que nos proponen hoy es una libertad limitada de consumidores, una bebida en vez de otra, un automóvil, un dentífrico en lugar de otro que se le asemeja. Un producto político en lugar de otro, la libertad global para que nosotros, pueblo de las libertades, elijamos. Si es esto lo que queda de la libertad por la que murió (y vivió) aquel partisano, es normal que el funeral se lo cante la Coca Cola en México.

La versión de BOIKOT:


Mar 30 2008

“A wonderful world”

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Pablo Rieznik
[Rebelión]

“Este es un mundo maravilloso” es lo que repetía el estribillo de un famoso tema de Louis Armstrong. Algo muy similar planteó recientemente la revista inglesa “The Economist” en un largo editorial sobre el panorama económico – social mundial de las últimas décadas. Por eso, y más allá de la crisis presente – decía el artículo -, lo que aparece es un “mundo inesperadamente próspero y pacífico”, resultado del “paciente trabajo” desenvuelto por el capitalismo “global”. No habría que dejarse impresionar entonces por el caos financiero y económico planetario actual. Con humor británico el editorial de marras concluye recordando la consigna del Foro Mundial que debutara en Porto Alegre algunos años atrás: “otro mundo es posible”. Y será aún mucho mejor: la globalización capitalista “lo está haciendo” (1)..

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